A finales de 1987, la caída de la Bolsa Mexicana de Valores frenó al mercado inmobiliario. Con el “Pacto de Solidaridad Económica”, al cabo de pocos años se generó un clima propicio para la inversión. En este contexto y el de la necesidad de reducir la presión inmobiliaria en las colonias centrales después del terremoto de 1985, se impulsó el desarrollo de Santa Fe en los terrenos expropiados por el gobierno a los dueños de minas de arena, en los años setenta. Para regular Santa Fe, el Departamento del Distrito Federal estableció una Zona Especial de Desarrollo Controlado (ZEDEC).
El plan maestro se realizó conforme al imaginario de la época: un entorno urbano en donde la gente se mueve de un espacio a otro en auto. Con la apertura a los mercados internacionales, se detonó un boom inmobiliario sin precedentes en la zona, y nacieron los primeros edificios inteligentes, los cuales ofrecían la más alta tecnología del momento. Entre las principales consecuencias del acelerado crecimiento de Santa Fe están la falta infraestructura de movilidad y el casi nulo espacio público. La presión que los desarrolladores ejercieron para seguir construyendo ha detonado la participación de asociaciones vecinales en diversos frentes, como el impulso a la creación de espacios públicos.
El éxito hacia Santa Fe propició el crecimiento horizontal y vertical en colonias aledañas surgidas a finales de los sesenta, como Bosques de las Lomas, Interlomas y Cuajimalpa. A finales de la década de los noventa, en estas colonias residenciales de alto nivel económico se empezaron a construir edificios de oficinas, centros comerciales, hoteles, universidades privadas y hospitales privados, entre otros, en un entorno urbano que siguió privilegiando el uso del automóvil.
La expansión del poniente de la ciudad no sólo ha traído desarrollos de alto nivel. Desde finales de los sesenta las colonias populares también son parte de un paisaje urbano pleno de contrastes, donde los desarrolladores han tratado de expulsar a estas comunidades, las cuales se han organizado para defender su patrimonio. En ambos mundos, los arquitectos de la UNAM han tenido y tienen una destacada labor.
Tras la consolidación de Santa Fe, Reforma, Polanco y Lomas Palmas como los principales corredores de oficinas de “clase mundial” en la Ciudad de México, se impulsaron otros para diversificar la oferta del mercado de oficinas como Periférico Sur e Insurgentes. En todas las escalas, las empresas nacionales e internacionales buscaron operar en ambientes que incentivaran la productividad y eficiencia de sus empleados, y que generaran valores agregados, como la identidad y la consciencia con el medio ambiente.
La tendencia de contar con corredores financieros y de negocios permeó a otras ciudades del país, donde comenzaron a aparecer edificios de oficinas en renta, o bien, las empresas construyeron sus propias sedes de acuerdo a los estándares de diseño internacionales, que apostaban por la eficiencia, funcionalidad, flexibilidad seguridad, calidad y el bajo consumo energético. En este último rubro, en los últimos 15 años han surgido varias certificaciones de energía y diseño ambiental, entre las que destaca la Certificación LEED (Leadership in Energy and Enviromental Design).
La arquitectura para el turismo y el entretenimiento también ha tenido importantes cambios con la apertura a los mercados globales. Para convertir a la capital del país en sede de conciertos internacionales fue necesario construir una infraestructura adecuada. El Auditorio Nacional y el Palacio de los Deportes son los primeros edificios transformados para este fin, a finales de los ochenta. A partir de entonces, tanto en la Ciudad de México como en el resto del país han surgido numerosos recintos polivalentes destinados, principalmente, a la realización de espectáculos; varios de ellos son espacios existentes que han sido modernizados.
En materia de turismo, a finales de los noventa surgieron nuevos conceptos como los hoteles boutique en entornos urbanos y de playa. En el nuevo milenio, las grandes cadenas hoteleras apuestan por el concepto “todo incluido” de lujo, que conlleva tanto la construcción de nuevos conjuntos como la remodelación y actualización de los existentes. Los viajeros de negocios también demandan servicios de calidad, de manera que en todos los segmentos de la hotelería, la arquitectura y el diseño de interiores se convierten en un valor agregado.